El reciente compromiso del gobierno federal de reducir el precio de la tortilla en un 10% es una medida que, en la superficie, busca aliviar los bolsillos de millones de mexicanos que dependen de este alimento básico. Sin embargo, cuando uno analiza más allá de los titulares, surge una inquietante realidad: las grandes empresas harineras y los procesadores de tortillas no absorberán esta baja en los precios, sino que, como ha sido costumbre en gobiernos anteriores y en la administración de la 4T, los campesinos nuevamente serán quienes carguen con este costo.
La historia se repite. Las grandes empresas, como MINSA, liderada por Altagracia Gómez, a quien algunos ven como la nueva «sicario del campesinado», parecen estar blindadas ante estas políticas. MINSA, siendo la principal procesadora de maíz de Latinoamérica, ha estado en una posición cómoda durante años, beneficiándose de un sistema que presiona a los productores a soportar los sacrificios en nombre de la «estabilidad» y el «bienestar popular». La pregunta que debemos hacernos es si esta poderosa empresa, aliada estratégica de la élite empresarial y con vínculos cercanos a la recién designada asesora económica de Claudia Sheinbaum, realmente aceptará reducir sus márgenes para cumplir el compromiso del secretario de Agricultura, Julio Berdegué.
Los campesinos, quienes ya enfrentan una crisis por los altos costos de producción, sequías y la falta de apoyos efectivos, no pueden permitirse más golpes. Las decisiones políticas de «buenas intenciones» suelen desembocar en un traspaso de responsabilidades y costos hacia los sectores más vulnerables de la cadena productiva. Es necesario preguntarnos si este es otro caso en que el gobierno de la 4T, como sus predecesores, sigue siendo rehén de los grandes intereses industriales, sacrificando a los campesinos en el proceso.
Si Altagracia Gómez y su imperio en MINSA realmente están dispuestos a ceder ese 10%, como lo prometió el secretario Berdegué, es algo que queda por verse. Pero la realidad es que, históricamente, los grandes no ceden, y los pequeños siempre terminan pagando. ¿Será diferente esta vez? Las señales no son alentadoras, y el futuro de los campesinos, de nuevo, parece incierto ante estas «brillantes» decisiones.