Maduro perpetúa su mandato hasta 2031 en un nuevo capítulo de autoritarismo

En una ceremonia cargada de propaganda y rodeada de invitados internacionales cuidadosamente seleccionados, Nicolás Maduro fue investido para un tercer periodo presidencial que se extenderá hasta 2031. Este acto consolida aún más su régimen autoritario, que ha utilizado la represión, la censura y el control absoluto de las instituciones para mantenerse en el poder mientras el país enfrenta una de las peores crisis humanitarias de su historia.

La “celebración”, realizada en el Palacio de Miraflores, estuvo marcada por discursos que exaltaron un supuesto apoyo popular y una retórica antiimperialista desgastada. Maduro, acompañado de su esposa Cilia Flores y altos mandos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), no perdió oportunidad de autoproclamarse como el salvador de la patria, ignorando las penurias diarias que sufren millones de venezolanos debido a su gestión.

El circo del “pueblo presidente”

Maduro proclamó que su investidura simboliza “la derrota del maleficio de la traición” y aseguró que su poder emana directamente del pueblo, un pueblo que, paradójicamente, ha sido silenciado por la represión y la manipulación electoral. Mientras miles de ciudadanos emigran diariamente buscando sobrevivir, el régimen utiliza eventos como este para fortalecer su control simbólico, asegurándose de que la narrativa oficial sea la única permitida.

Las imágenes de fanáticos congregados frente al Palacio contrastan con la realidad de hospitales sin insumos, una inflación descontrolada y una pobreza que supera el 90%.

Una dictadura blindada

Maduro aprovechó el evento para recalcar su alianza con 125 delegaciones internacionales, muchas provenientes de regímenes aliados que comparten prácticas similares de represión y autoritarismo. En su discurso, reiteró su desprecio hacia los “imperios decadentes del norte y Europa”, una estrategia que desvía la atención de su responsabilidad en la devastación económica, política y social de Venezuela.

Al recibir la banda presidencial, Maduro lanzó una retórica mesiánica, afirmando que su poder proviene directamente de Dios y del pueblo, omitiendo cómo su gobierno ha destruido la democracia y manipulado los procesos electorales.

El costo del autoritarismo

Mientras Maduro celebra su perpetuación en el poder, Venezuela sigue hundida en una crisis sin precedentes. Millones de venezolanos enfrentan la escasez de alimentos y medicinas, un colapso de servicios básicos y una migración masiva. La “Venezuela potencia” que Maduro promete construir sigue siendo un espejismo que alimenta su narrativa, mientras el pueblo venezolano paga el costo de su ambición desmedida.

Lejos de representar una victoria para el país, esta investidura simboliza otro paso en la consolidación de un régimen autoritario que ha convertido a Venezuela en un símbolo global de resistencia frente a la tiranía, pero también de sufrimiento humano.

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