Entre la ley y la narrativa: México frente al espejo del T-MEC

Soy Akbar, y esto es lo que tengo que comentarle hoy.

México está escribiendo un nuevo capítulo en su narrativa económica. Y como en toda buena historia, hay tensiones, protagonistas, antagonistas… y decisiones que pueden definir una generación.

La propuesta del diputado Alfonso Ramírez Cuéllar para reformar la Ley Federal de Competencia Económica y alinear sus disposiciones con el T-MEC es más que una adecuación técnica. Es un giro dramático en la trama de cómo entendemos el papel del Estado frente al poder de los mercados… y frente al poder de los tratados internacionales.

Porque no se trata sólo de armonizar normativas. Se trata de un debate profundo sobre soberanía, justicia económica y el futuro de los consumidores mexicanos. ¿Quién vigila a los monopolios disfrazados de eficiencia? ¿Quién protege al consumidor de los abusos de los grandes consorcios? ¿Y cómo aseguramos que el árbitro —la Comisión Federal de Competencia Económica— no juegue para el equipo equivocado?

La literatura, como espejo de la realidad, nos ofrece claves para entender este momento. Como en la tragedia de Antígona, donde la ley humana entra en conflicto con una ley superior, hoy México se debate entre cumplir las cláusulas del T-MEC o construir una legislación que responda a su contexto nacional, a sus retos internos, a su desigualdad persistente.

¿Podemos redactar leyes que beneficien a las grandes potencias y al mismo tiempo protejan a la tiendita de la esquina? ¿Es compatible la apertura comercial con la equidad interna?

Ramírez Cuéllar advierte que, si no reformamos la ley, podríamos entrar en conflictos legales con nuestros socios. Pero lo que no se dice tan abiertamente es que al hacerlo, también podríamos estar debilitando la capacidad del Estado mexicano para frenar abusos… y para moldear su propio destino económico.

La competencia debe ser justa, no sólo libre. Y el Estado no debe ser rehén de los intereses privados ni de las presiones internacionales, sino garante de que la riqueza se distribuya, de que el juego tenga reglas claras y de que esas reglas no se escriban desde Washington o desde las cúpulas empresariales, sino desde el interés público.

Como decía George Orwell, “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable”. Hoy más que nunca, debemos leer entre líneas, entre leyes, entre tratados. Porque no estamos ante una simple modificación legal. Estamos ante una decisión que definirá si México seguirá siendo un país con voz propia… o apenas un personaje secundario en la novela del T-MEC.

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