En Roma no se habla abiertamente, pero el murmullo ya es un clamor: la sucesión de Francisco se acerca. No por deseo, sino por realidad. La edad y la salud del pontífice han encendido las alarmas en los pasillos del Vaticano, y la pregunta ya no es si habrá otro cónclave, sino cuándo… y sobre todo, quién tomará el timón de la barca de Pedro.
Lo que está en juego no es menor: es el alma misma de la Iglesia Católica.
A un lado del campo, los sectores progresistas que han encontrado en Francisco un pastor audaz, que habla de ecología, de migrantes, de los pobres, de una Iglesia abierta, cercana, dispuesta a escucharlo todo, incluso lo incómodo. Del otro lado, el ala conservadora, que acusa al Papa argentino de diluir la doctrina, de confundir al pueblo fiel, y que sueña con un retorno al orden, al dogma férreo, a la seguridad de los márgenes.
El próximo cónclave será una batalla política, teológica y espiritual. Y no hay que temer decirlo: será una guerra de poder. Los cardenales no votarán sólo por una persona, sino por una visión del mundo. Por una Iglesia que se abre al diálogo o una que se encierra en sus certezas.
La sucesión de Francisco no es una simple transición; es un parteaguas. El catolicismo del siglo XXI podría definirse por ese solo momento, por esa elección. Y aunque no todos somos cardenales, todos somos Iglesia. Así que miremos con atención, con conciencia y con esperanza… porque lo que está en juego no es sólo el futuro del Vaticano, sino el rumbo de millones de conciencias.